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Crítica: Irreversible

Un memento mori cinematográfico que se despliega en reversa, desde la violencia visceral hasta momentos de ternura sublime, Irreversible es un viaje emocional exigente pero gratificante, envuelto en una estética visual provocadora. Una combinación descarnada de sexo y brutalidad que podría poner a prueba los límites de las clasificaciones de contenido.  

Desde su proyección en Cannes, el filme ha estado ligado a la palabra "escándalo", pero más allá de las reacciones viscerales, se trata de una obra audaz que confronta temas universales con destreza técnica. Protagonizada por la pareja en la vida real Monica Bellucci y Vincent Cassel, la cinta no busca ofender, sino cuestionar la fragilidad del amor, la amistad y la esperanza. En Francia, su estreno requirió una restricción para mayores de 16 años, mientras que otros países podrían enfrentarse a problemas de clasificación. Sin embargo, su crudeza no es gratuita: es un ejercicio artístico que exige reflexión.  

Quienes abandonen la sala durante sus primeros minutos, indignados por la violencia explícita, perderán la esencia de la propuesta. Noé, director y guionista, construye una narrativa inversa que no pretende redimir los actos atroces, sino exponer capas de horror y melancolía que elevan la historia a una dimensión filosófica. Aquí, cada plano —caótico, inquietante— está meticulosamente calculado.  

El filme inicia con créditos finales ilegibles, letras invertidas y gráficos distorsionados, anunciando que la trama comienza donde termina: al final de una noche infernal. A través de secuencias largas y continuas, filmadas en orden cronológico inverso, seguimos a Marcus (Cassel) y Pierre (Albert Dupontel) en su descenso a los abismos de venganza y desesperación. La cámara, en mano y con movimientos hipnóticos, actúa como un testigo enfermizo, oscilando entre la inestabilidad y la claridad conforme avanza la historia.  

En su búsqueda obsesiva, los protagonistas irrumpen en El Recto, un club clandestino donde la violencia estalla con fuerza brutal. Sin embargo, el clímax perturbador llega minutos después, en un túnel peatonal donde Alex (Bellucci) enfrenta un destino aterrador. Noé transforma este espacio en un escenario de pesadilla, comparable al impacto que Hitchcock logró con la ducha en Psicosis. La escena, filmada en un plano secuencia estático, es un golpe emocional que redefine la tensión cinematográfica. 

Técnicamente, el filme es una hazaña: rodado en Super-16 y procesado digitalmente durante nueve meses, su fluidez visual y diseño de sonido son impecables. Los actores, guiados por un tratamiento de cuatro páginas que permitió improvisación, ofrecen actuaciones crudas, especialmente Bellucci, quien transita entre el terror y la vulnerabilidad con maestría. 

Irreversible no es una película para todos. Su estructura inversa, lejos de ser un truco, profundiza en la inevitabilidad del tiempo y la fragilidad humana. Para quienes se atrevan a mirar, el resultado es una experiencia cinematográfica devastadora, tan técnica como emocionalmente. Una obra que, como su título advierte, deja una huella imborrable.



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